sábado, 30 de julio de 2016

Esa tranquilidad y felicidad que siento cuando estoy a solas con mi gata. Puro placer, felicidad (nuevamente esta palabra, no encuentro otra para intercambiarla), calma. Me siento a salvo, fuera de traiciones (que no salgan de su mundo de reina felina), la acepto como es y hasta he acabado amando sus defectos. Y ella, a su vez, no me condiciona su amor. A veces puede estar molesta porque llego tarde a casa, o porque no llego en días, pero no pasa mucho para que me sorprenda con sus ataques de amor. Cosita no puede evitarme, ni yo a ella. Creo que el amor consiste en eso: en la ausencia de paredes, en la cercanía natural e inevitable que surge con el otro, en estar impedidos de permanecer distantes por tanto tiempo que sea imposible establecer muros cotidianos, como cuando la vida material de muros, cortinas y paredes trasciende a un abrazo incondicional, eterno.

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