martes, 27 de octubre de 2009

Dulce

Un relato de la infancia

Este es uno de los más dulces escritos que se pueden leer sobre la vida de Vallejo. El autor es Ernesto More, un poeta puneño que en los años 40 se convirtió en toda una figura de la inteligencia peruana.

En el relato "El estandartero", el autor se encarga de transmitir un pasaje de la infancia de nuestro poeta. Lo hace con tal emoción que nos introduce al alma, pensamiento y sentir del pequeño César... ¡Disfrútenlo!



El Estandartero



César Vallejo no era muy dado a hacer evocaciones de su juventud. Con la muerte de su madre, se diría que el poeta había decidido no penetrar con mucha frecuencia en ese mundo en el que, por fuerza, había de predominar la imagen de lo más querido, y ante la cual el cholo no podía contener sus lágrimas. Se puede decir que para Vallejo no ha habido sino un patrimonio: el recuerdo de su madre. Sin embargo, es preciso no perder de vista aquel recuerdo referido por él mismo, una noche de confidencias, al Corregidor Mejía, a mi hermano Gonzalo y a mí, porque representa algo así como una visión profética. Una visión profética con imágenes pretéritas de su niñez.

Era un día de fiesta en su pueblo. Un día de fiesta en Santiago de Chuco. Campanas, cohetes, bailes populares, toldos llenos de mercaderías abigarradas; plazas atiborradas de múltiples ebrias; arcos hechos con gasas, tules y papeles de colores, a través de los cuales ha de pasar el anda trasportando al patrón o la patrona del pueblo. Las gentes viviendo horas de recogimiento, unción y borrachera. Dentro de las casas un ir y venir de infinidad de personas con traje nuevo. Especialmente en la casa del alferado, que es un jubileo...

Vallejo, como de diez años de edad, va y viene; entra y sale. Su ansia no tiene límites. Su inquietud no conoce descanso. En su pecho se han confundido las inquietudes de todos los que participan en la fiesta. Va a la iglesia, da la vuelta a la plaza, vuelve a su hogar, sale nuevamente con su madre a visitar las tiendas y los toldos. El aire tiene olor a cirio, sahumerio y pólvora. A pan del valle, a polleras guardadas y a cañazo.

De repente, los repiques se hacen más enérgicos e insistentes. Estallan dos o tres camaretazos, y los bailarines inician sus frenéticos movimientos y contorsiones. Es la hora de la procesión. Sacan el anda en hombros de seis u ocho mocetones cuyo paso no está sincronizado, porque unos han tomado más que otros. Detrás del anda, va el cura, salmodiando, ceñido de una pelliza blanca y de encajes. Junto a él, anda el alferado, por cuyo rostro, vidriado de sudor alcohólico, ruedan gruesos goterones que ni siquiera enjuga. Parece hecho de palo. De llocque. Ha sudado todo el año con el trabajo para poder sudar un día como buen alferado.
Pero los ojos del cholo no se posan mayormente ni en el anda ni en el cura ni en el alferado. Todo ha desaparecido para él en cuanto surge, detrás del cura y del alferado, la figura de un mozalbete apuesto, vestido de alta ceremonia, y con cinta y rosario al cuello. Es el que porta el estandarte. Y el estandarte es un conjunto bordado en oro y con los colores nacionales.

Vallejo cuenta que esa figura se le quedó grabada durante muchos años de su niñez. Durante el recorrido de la procesión, Vallejo no habría de separar su vista de él. Terminada la procesión y siguiendo a su padre y a su madre, Vallejo regresó a su casa. Estaba emocionadísimo. No se atrevió a confiar el origen de su emoción sino a su madre, nada más que a su madre. Solo ella podía hacer que él consiguiera aquello de que se había antojado. Solo su inmenso cariño era capaz de eliminar todas las barreras que se interpusieran entre su hijo y sus deseos. Vallejo tomó a su madre de las manos, y mirándola con una intensidad que ninguna virgen ha conocido en los ojos de sus fieles, le dijo, le gritó casi: “!Mamá!... ¡yo quiero ser estandartero!”…

Y volviendo hacia nosotros su cara de piedra, entre triste y festivo, como burlándose de sí mismo, Vallejo nos decía: “No había nada en el mundo que me atrajese tanto como el oficio de estandartero!”.

Ha muerto el cholo, y lo que no sabe él, es que ha llegado a ser estandartero.

*Si te gustó el relato, puedes encontrar más en el libro: Vallejo, en la encrucijada del drama peruano (Ernesto More)


Nuestro querido Vallejo, quizás en su única foto sonriendo =)


5 comentarios:

Jairuzziel dijo...

Mimimiriam veo que hay bonito material en tu blog, el columpio! que genial y svankmajer también es un dios! saludos Intrusa

MarcÓ dijo...

Cuántos deseos brincan en una fiesta patronal no? Siempre he pensado que yo tengo que estar en medio de una fiesta así alguna vez en mi vida, pero no sé en qué me iré a fijar, ni siquiera por qué quiero estar en medio de una patronal. Y no es para estar ebrio 7 días.

Sácame de una duda, dime por qué hay frases en negrita?

Mr.jeje dijo...

*Jairs, sí, fácil en estos días sigo colgando videos, en realidad depende de mi estado de ánimo jo-jo, pero en ese caso puedes visitar www.patacalata.blogspot.com ahí hay pa chequear más videos.
*Marcó, qué miedo en qué te fijarías :s, conociendo los límites de tu imaginación (en realidad no sé si tiene límites jo-jo)... Eh, y ya modifiqué eso. Gracias por el paseo. Saludos.

Rosen_maiden dijo...

Pues bien al final Vallejo terminó siendo uno de nuestros mejores "Estandarteros"---lleva en lo alto la insignia de la comparsa de la creatividad peruana, en su forma escrita claro esta.---Que bello reconocimiento---Arigatou gozaimasu Myam por publicarlo---*-*

Mr.jeje dijo...

Y a ti por comentarlo y antes de eso haberlo leído, no hay muchas personas que soporten leer más de un párrafo, menos si no les interesa Vallejo y mucho menos en la compu!(lo decía bien el profe JP U_U). Amiga linda!, gracias por pasar!Salida Strabuckense, pronto, ya?! Muaaa!! :)